"Freestyle, o el fin del rock": Walter Lezcano explora el fenómeno Duki, Trueno y Nicki Nicole en su nuevo libro

Walter Lezcano forma parte de la generación que usa el pelo largo como un signo de identidad rockera. Una identidad forjada en el siglo XX, cuando la información de los discos y los músicos, llegaba a través de un hermano mayor, o de una revista. Era el tiempo de la información circulando en la esquina de la casa, en la calle, en un recital, o en las disquerías. El tiempo cuando una persona surgida en un hogar de clase trabajadora podía vislumbrar el ascenso social en la educación pública, en el descubrimiento de un primer libro, o de un álbum, que abría la pantalla de un mundo nuevo. Lezcano, nacido en Corrientes en 1979, dice que escribe para esa generación: su último libro Freestyle, o el fin del rock, publicado por Interzona, es una carta de amor a todos ellos.
Aquí, el escritor, poeta y ensayista, desarrolla una bitácora del cambio cultural en la música argentina del siglo XXI, cuando el hip hop, el trap y el reggaetón, conquistaron el mainstream y dominaron la conversación en las redes sociales. Ese cambio de paradigma, que se aceleró con la aparición de una figura como Duki, el primero en grabar un trap argentino en 2017, y emergente de la batalla de freestyle El quinto escalón, forma parte del relato de este texto.
“Me generó mucho respeto la soledad que vivió el rap en la Argentina hasta la masividad de la musica urbana, donde están encerrados varios estilos. Eso me parece alucinante. Ahí si hago mía las palabras del Trueno, cuando dice: “somos el nuevo rock”. Ellos tuvieron que soportar mucho bullying hasta encontrar su espacio de supervivencia económica cultural, y como sobrevivir en un medio que les dio la espalda y los rechazaba. Muchos artistas tuvieron que morir en el olvido, cagarse de frío y hambre, para que Duki, Trueno o Nicki Nicole, tengan una recepción masiva en el público. Hay que pensar que tuvieron que pasar dos generaciones y media, desde que el rap apareció en la Argentina en los ochenta, para que el género sea aceptado”, dice Lezcano, que escribió libros sobre David Bowie, Rosario Blefari, la escena del punk, El mató un policía motorizado, y que tiene lista una biografía sobre Cuino, colaborador habitual de Calamaro.
El periodista Walter Lezcano, autor en Ñ y Clarín.
Walter Lezcano examina, explora, apuntala teorías, y cuenta la historia de esta corriente musical, que desplazó al rock en el gusto popular de las nuevas generaciones. Para eso elige dos caminos. El primero a través de la mirada de su alter ego, –un Lezcano más exacerbado que el real– que discute, se hace preguntas sobre la pertenencia a la tribu rockera, la impavidez ante el avance acelerado de estas nuevas formas musicales, y la sensación del vacío representativo que dejó el rock. El segundo, desde un posicionamiento de mudo testigo frente a los cambios vertiginosos de este período musical: el antes y el después de la aparición del trap en la vida cultural de la Argentina y el efecto post–pandemia. Allí aparece su musculatura más periodística y la visión del que investiga, traza un panorama de la escena, y se deslumbra frente al entendimiento de nuevas formas poéticas y una generación de relevo que lo interpela, lo sacude, le despierta nuevas sensaciones musicales.
“Cuando uno se pone a pensar en estos jóvenes surge esta pregunta, ¿por qué están encontrando todo esto en el freestyle, en el trap, en la música urbana y no en el rock donde yo antes lo encontraba?, dice Lezcano, como punto de partida para su ensayo Freestyle, o el fin del rock, donde va conectando ideas con la misma pulsión adrenalínica de las batallas de rap, o la improvisación experimental que se maneja en el lenguaje musical del free jazz. En el libro puede trazar un paralelo entre una cita de Juan Saer de Nadie nunca nada, el rapero estadounidense ICE T y el escritor italiano César Pavese, para hablar del punto cero del hip hop en la Argentina y ubicarse en este presente donde el rap suena como una lengua universal.
Cuando uno se pone a pensar en estos jóvenes surge esta pregunta, ¿por qué están encontrando todo esto en el freestyle, en el trap, en la música urbana y no en el rock?
–¿Qué es lo que diferencia a esta generación de tu generación rockera?
–Hay algo puntual que son las plazas como zona de encuentro real en donde la juventud necesita sentir que está construyendo algo por afuera de los padres. Si mi papá es fanático de Ciro, yo necesito algo que siento que lo inventé yo, no que me lo heredé de mi papá. Esto de encontrarse en las plazas, en las estaciones, en lugares que estaban por afuera de los radares roqueros e incluso de los medios funcionó mucho en el trap y el hip hop. Si antes uno dice, los náufragos de los 60 inventaron el rock en La Cueva, en estos lugares los jóvenes encontraron algo que decir, algo que les pertenece, y que en algún sentido tiene un espíritu parricida. Es un poco matar al padre y encontrar tu propio camino, y creo que el trap es eso. Por otra parte, necesitaron sólo del ingenio verbal, no necesitaban toda una parafernalia de sala de ensayo, un montón de dinero para hacerlo. Estas condiciones de producción permitieron que cualquiera pudiera ingresar, a diferencia de esa zona elitista del arte en los 90, cuando las bandas nuevas empezaron a establecerse como el mainstream. Entonces, creo que una persona joven, sin dinero, de clase social baja o que no podía comprarse una guitarra, encontró en la compu del plan Conectar Igualdad para hacer beats, o en la improvisación, la posibilidad de hacer música. Y eso me parece que es un cambio de paradigma total.
–¿Qué otras cosas te llamaron la atención de esta escena a medida que escribías el ensayo?
–El hip hop aparece en los 70 en Estados Unidos, con esas características de empoderamiento racial, reutilización de materiales y una idiosincracia distinta a la de acá. A mí me interesaba saber como se empieza a gestar acá la impronta propia del género y lo que me parece increíble es que los americanos no tuvieron la gauchesca, el duelo personal, la creación de la poesía en el momento como los payadores. Nosotros, sí. Empecé a encontrar esas conexiones y de algún modo para mí la batalla de gallos tiene sus raíces en la literatura argentina. Esta cuestión de los enfrentamientos poéticos tiene lugar en la resfalosa, el Martín Fierro, y en cosas que rescatan Jorge Luis Borges, Ricardo Piglia, Josefina Ludmar, como constitutivas de nuestro devenir lingüístico que aparece en la poesía, la gauchesca, y que ahora lo volvemos a encontrar en la versión argentina del hip hop.
–Vos hablas de la muerte del rock en el libro y del parricidio ejecutado por el trap, pero es paradójico como muchos artistas del género urbano tienen guiños al rock, con samples de temas de Spinetta, Charly, Pescado Rabioso. Incluso Dillom este año ganó el Gardel en el rubro álbum de rock alternativo por Cesárea.
–Tanto en Estados Unidos como en Inglaterra, el hip hop nació como una olla donde podes meter lo que quieras. El tamaño de tu ambición te marca el camino de lo que podes hacer, más allá del rock que tiene un montón de reglas. El hip hop, en cambio, hace lo que se le canta. Eso sí es saludable. Artistas como Dillom, Cazzu, o Milo J me interesan porque buscan otras cosas. Me acuerdo de chico que en una reseña de Bon Jovi se hablaba que su música era cuadrada y yo no lo entendía. Por casualidad, llegó a casa el disco Bitches Brew de Miles Davis. Escuché a ese marciano y entendí porque Bon Jovi era cuadrado. Con la otra música podías ir hasta Marte. Por eso, lo importante es la mezcla. Sabemos que el futuro del mundo es no binario y diverso, por más que el mundo políticamente quiera retornar a las purezas.
El futuro es lo mixto. Mirá como Cazzu dice ahora es Latinoamérica y Milo J dice ahora sumo el folclore, la memoria, los desaparecidos.
–¿La música, en cambio, va hacia otro lado?.
–Así es. La música nos dice evidentemente que mientras más puro es algo más muerto está. El futuro es lo mixto. Mirá como Cazzu dice ahora es Latinoamérica, y Milo J dice, ahora sumo el folclore, la memoria, los desaparecidos. La inclusión es el futuro.
- Nació en Goya, Corrientes, en 1979. Es docente de Literatura en colegios secundarios. Editor en Mancha de Aceite. Periodista freelance: aparecieron textos suyos en Crisis, Brando, Revista Ñ, Rolling Stone, Ni a palos, Eterna Cadencia, y Cultura de Clarín, entre otros medios.
El docente y escrito Walter Lezcano por las calles de la ciudad de Buenos Aires. Foto. Maxi Failla.
- Publicó Jada Fire (Cuentos, Difusión Alterna, 2011), Los Mantenidos (Novela, Funesiana, 2011),Tirando los perros (Cuentos, Gigante, 2012), 23 patadas en la cabeza (Poesía, Difusión Alterna, 2013), Humo (Poesía, Vox, 2013), Calle (Novela, Milena Caserola, 2013), Los wachos (Cuentos, Conejos, 2015), La vida real (Poesía, Viajero insomne, 2015) y El condensador de flujo (Poesía, La carretilla roja, 2015).
- Participó además en la antología Esto pasa. Poesía en Buenos Aires (Llanto del mudo, 2015).
Freestyle o el fin del rock, de Walter Lezcano (Interzona).
Clarin